miércoles, 7 de septiembre de 2011

Tiempos Interesantes (fragmento de una novela del Mundodisco)


Aquí es donde los dioses juegan con las vidas de hombres, sobre un tablero que es al mismo tiempo una simple área de juego y todo el mundo.
Y Destino gana siempre.
Destino gana siempre. La mayoría de los dioses lanzan dados pero Destino juega ajedrez, y uno no averigua hasta que es demasiado tarde que ha estado usando dos reinas todo el tiempo.
Destino gana. Al menos, así dicen. Sin importar lo que ocurra, después dicen que debe haber sido Destino.
Los dioses pueden tomar cualquier forma, pero un rasgo que no pueden cambiar son sus ojos, que muestran su naturaleza. Los ojos de Destino no son ojos en absoluto... son sólo agujeros oscuros hacia un infinito moteado con lo que pueden ser estrellas o, allí otra vez, pueden ser otras cosas.
Parpadeó, sonrió a sus compañeros jugadores del modo petulante en que los ganadores lo hacen justo antes de convertirse en ganadores, y dijo:
—Acuso al Sumo Sacerdote de la Túnica Verde en la biblioteca con el hacha de doble filo.[1]
Y ganó.
Sonrió radiante.
—A nadie le gushta un pobre ganador —masculló Offler el Dios Cocodrilo a través de sus colmillos.
—Parece que hoy me estoy favoreciendo —dijo Destino—. ¿Alguien imagina algo más?
Los dioses se encogieron de hombros.
—¿Reyes Locos? —dijo Destino con simpatía—. ¿Amantes Contrariados Por Su Estrella?
—Pienso que hemos perdido las reglas para ése —dijo Io el Ciego, jefe de los dioses.
—¿O Marineros Destrozados Por Una Tempestad?
—Tú siempre ganas —dijo Io.
—¿Inundaciones Y Sequías? —dijo Destino—. Ése es uno fácil.
Una sombra cayó a través de la mesa de juego. Los dioses levantaron la mirada.
—Ah —dijo Destino.
—Permitamos que comience un juego —dijo la Dama.
Siempre hubo discusiones acerca de si la recién llegada era completamente una diosa.
Indudablemente, nunca nadie llegó a ningún lugar venerándola, y ella tendía a aparecer solamente donde era menos esperada, como ahora. Y las personas que confiaban en ella rara vez sobrevivían. Cualquier templo construido para ella seguramente sería abatido por un relámpago.
Era mejor hacer malabares con hachas sobre una cuerda floja que decir su nombre. La llamaban la camarera del bar de la Última Oportunidad.
Generalmente se referían a ella como la Dama, y sus ojos eran verdes; no como son verdes los ojos de los humanos, sino verde esmeralda de borde a borde. Se decía que era su color favorito.
—Ah —dijo Destino otra vez—. ¿Y qué juego será?
Se sentó frente a él. Los dioses que observaban se miraron unos a otros de soslayo.
Esto parecía interesante. Estos dos eran antiguos enemigos.
—¿Qué tal... —hizo una pausa—...  Poderosos Imperios?
—Oh, odio éshe —dijo Offler, rompiendo el silencio repentino—. Todosh mueren al final.
—Sí —dijo Destino—, creo que sí. —Movió la cabeza hacia la Dama, y con la misma voz de los jugadores profesionales cuando dicen ‘¿Ases altos?’, dijo—: ¿La Caída de las Grandes Casas? ¿Destinos de Naciones Pendientes de un Hilo?
—Indudablemente —dijo ella.
—Oh, bien. —Destino agitó una mano a través del tablero. El Mundodisco apareció.
—¿Y dónde jugaremos? —dijo.
—El Continente Contrapeso —dijo la Dama—. Donde cinco familias nobles han peleado por siglos unas contra otras.
—¿De veras? ¿Qué familias son ésas? —preguntó Io. Él tenía poca relación con individuos humanos. Generalmente se ocupaba del trueno y del relámpago, porque desde su punto de vista el único propósito de la humanidad era mojarse o, en casos eventuales, quedar carbonizada.
—Los Hong, los Sung, los Tang, los McSweeney y los Fang.[3]
—¿Ellos? No sabía que fueran nobles —dijo Io.
—Todos son muy ricos y han masacrado y torturado a millones de personas hasta morir simplemente por razones de conveniencia y soberbia —dijo la Dama.
Los dioses que observaban asintieron con solemnidad. Ése era indudablemente un comportamiento noble. Eso era exactamente lo que ellos hubieran hecho.
—¿McShweeney? —dijo Offler.
—Una familia establecida muy antigua —dijo Destino.
—Oh.
—Y luchan unos contra otros por el Imperio —agregó—. Muy bien. ¿Cuál serás tú?
La Dama miró la historia extendida delante de ellos.
—Los Hong son los más fuertes. Incluso mientras hablamos, han tomado todavía más ciudades —dijo—. Veo que están destinados a ganar.
—Así que, indudablemente, tú escogerás una familia más débil.
Destino agitó su mano otra vez. Las piezas del juego aparecieron y empezaron a moverse sobre del tablero como si tuvieran vida propia, que era el caso por supuesto.
—Pero —dijo Destino—, jugaremos sin dados. No confío en ti con dados. Tú los lanzas donde no puedo verlos. Jugaremos con acero, y tácticas, y política, y guerra.
La Dama asintió.
Destino miró a su adversaria.
—¿Y tu jugada? —dijo.
Ella sonrió.
—Ya la he hecho.
Él bajó la mirada.
—Pero no veo tus piezas sobre el tablero.
—Todavía no están sobre el tablero —dijo la Dama.
Abrió su mano.
Había algo negro y amarillo sobre la palma. Lo sopló, y desplegó las alas.
Era una mariposa.
Destino gana siempre...
Al menos, cuando las personas respetan las reglas.


[1] La gente está siempre un poco confundida sobre esto, como lo está en el caso de los milagros. Cuando alguien es salvado de una muerte segura por una extraña concatenación de circunstancias dicen que es un milagro. Pero, por supuesto, si alguien termina muerto por una anómala cadena de eventos —el aceite derramado justo allí, la cerca de seguridad estropeada justo allí— eso también debe ser un milagro. Sólo porque no es bueno, no significa que no es milagroso. (Nota del autor)

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