Aquí es donde los dioses juegan con las vidas de
hombres, sobre un tablero que es al mismo tiempo una simple área de juego y
todo el mundo.
Y Destino gana siempre.
Destino gana siempre. La mayoría de los dioses
lanzan dados pero Destino juega ajedrez, y uno no averigua hasta que es demasiado
tarde que ha estado usando dos reinas todo el tiempo.
Destino gana. Al menos, así dicen. Sin importar lo
que ocurra, después dicen que debe haber sido Destino.
Los dioses pueden tomar cualquier forma, pero un
rasgo que no pueden cambiar son sus ojos, que muestran su naturaleza. Los ojos
de Destino no son ojos en absoluto... son sólo agujeros oscuros hacia un
infinito moteado con lo que pueden ser estrellas o, allí otra vez, pueden ser
otras cosas.
Parpadeó, sonrió a sus compañeros jugadores del modo
petulante en que los ganadores lo hacen justo antes de convertirse en
ganadores, y dijo:
—Acuso al Sumo Sacerdote de la Túnica Verde en la
biblioteca con el hacha de doble filo.[1]
Y ganó.
Sonrió radiante.
—A nadie le gushta un pobre ganador —masculló Offler
el Dios Cocodrilo a través de sus colmillos.
—Parece que hoy me estoy favoreciendo —dijo
Destino—. ¿Alguien imagina algo más?
Los dioses se encogieron de hombros.
—¿Reyes Locos? —dijo Destino con simpatía—. ¿Amantes
Contrariados Por Su Estrella?
—Pienso que hemos perdido las reglas para ése —dijo
Io el Ciego, jefe de los dioses.
—¿O Marineros Destrozados Por Una Tempestad?
—Tú siempre ganas —dijo Io.
—¿Inundaciones Y Sequías? —dijo Destino—. Ése es uno
fácil.
Una sombra cayó a través de la mesa de juego. Los
dioses levantaron la mirada.
—Ah —dijo Destino.
—Permitamos que comience un juego —dijo la Dama.
Siempre hubo discusiones acerca de si la recién
llegada era completamente una diosa.
Indudablemente, nunca nadie llegó a ningún lugar
venerándola, y ella tendía a aparecer solamente donde era menos esperada, como
ahora. Y las personas que confiaban en ella rara vez sobrevivían. Cualquier
templo construido para ella seguramente sería abatido por un relámpago.
Era mejor hacer malabares con hachas sobre una
cuerda floja que decir su nombre. La llamaban la camarera del bar de la Última
Oportunidad.
Generalmente se referían a ella como la Dama, y sus
ojos eran verdes; no como son verdes los ojos de los humanos, sino verde esmeralda
de borde a borde. Se decía que era su color favorito.
—Ah —dijo Destino otra vez—. ¿Y qué juego será?
Se sentó frente a él. Los dioses que observaban se
miraron unos a otros de soslayo.
Esto parecía interesante. Estos dos eran antiguos
enemigos.
—¿Qué tal... —hizo una pausa—... Poderosos Imperios?
—Oh, odio éshe —dijo Offler, rompiendo el
silencio repentino—. Todosh mueren al final.
—Sí —dijo Destino—, creo que sí. —Movió la cabeza
hacia la Dama, y con la misma voz de los jugadores profesionales cuando dicen
‘¿Ases altos?’, dijo—: ¿La Caída de las Grandes Casas? ¿Destinos de Naciones
Pendientes de un Hilo?
—Indudablemente —dijo ella.
—Oh, bien. —Destino agitó una mano a través
del tablero. El Mundodisco apareció.
—¿Y dónde jugaremos? —dijo.
—El Continente Contrapeso —dijo la Dama—. Donde
cinco familias nobles han peleado por siglos unas contra otras.
—¿De veras? ¿Qué familias son ésas? —preguntó Io. Él
tenía poca relación con individuos humanos. Generalmente se ocupaba del trueno
y del relámpago, porque desde su punto de vista el único propósito de la
humanidad era mojarse o, en casos eventuales, quedar carbonizada.
—Los Hong, los Sung, los Tang, los McSweeney y los
Fang.[3]
—¿Ellos? No sabía que fueran nobles —dijo Io.
—Todos son muy ricos y han masacrado y torturado a
millones de personas hasta morir simplemente por razones de conveniencia y soberbia
—dijo la Dama.
Los dioses que observaban asintieron con solemnidad.
Ése era indudablemente un comportamiento noble. Eso era exactamente lo que
ellos hubieran hecho.
—¿McShweeney? —dijo Offler.
—Una familia establecida muy antigua —dijo Destino.
—Oh.
—Y luchan unos contra otros por el Imperio —agregó—.
Muy bien. ¿Cuál serás tú?
La Dama miró la historia extendida delante de ellos.
—Los Hong son los más fuertes. Incluso mientras
hablamos, han tomado todavía más ciudades —dijo—. Veo que están destinados a ganar.
—Así que, indudablemente, tú escogerás una familia
más débil.
Destino agitó su mano otra vez. Las piezas del juego
aparecieron y empezaron a moverse sobre del tablero como si tuvieran vida propia,
que era el caso por supuesto.
—Pero —dijo Destino—, jugaremos sin dados. No confío
en ti con dados. Tú los lanzas donde no puedo verlos. Jugaremos con acero, y
tácticas, y política, y guerra.
La Dama asintió.
Destino miró a su adversaria.
—¿Y tu jugada? —dijo.
Ella sonrió.
—Ya la he hecho.
Él bajó la mirada.
—Pero no veo tus piezas sobre el tablero.
—Todavía no están sobre el tablero —dijo la Dama.
Abrió su mano.
Había algo negro y amarillo sobre la palma. Lo
sopló, y desplegó las alas.
Era una mariposa.
Destino gana siempre...
Al menos, cuando las personas respetan las reglas.